(Pablo Neruda - Eduardo Galeano - Ãngel Oliva - Juan Capagorry -
Milton Schinca - Alfredo Zitarrosa)
El pueblo
(Pablo Neruda)
De aquel hombre me acuerdo y no han pasado
sino dos siglos desde que lo vi,
no anduvo ni a caballo ni en carroza:
a puro pie
deshizo
las distancias
y no llevaba espada ni armadura,
sino redes al hombro,
hacha o martillo o pala,
nunca apaleó a ninguno de su especie:
su hazaña fue contra el agua o la tierra,
contra el trigo para que hubiera pan,
contra el árbol gigante para que diera leña,
contra los muros para abrir las puertas,
contra la arena construyendo muros
y contra el mar para hacerlo parir.
Lo conocà y aún no se me borra.
Cayeron en pedazos las carrozas,
la guerra destruyó puertas y muros,
la ciudad fue un puñado de cenizas,
se hicieron polvo todos los vestidos,
y él para mà subsiste,
sobrevive en la arena,
cuando antes parecÃa
todo imborrable menos él.
En el ir y venir de las familias
a veces fue mi padre o mi pariente
o apenas si era él o si no era
tal vez aquel que no volvió a su casa
porque el agua o la tierra lo tragaron
o lo mató una máquina o un árbol
o fue aquel enlutado carpintero
que iba detrás del ataúd, sin lágrimas,
alguien en fin que no tenÃa nombre,
que se llamaba metal o madera,
y a quien miraron otros desde arriba
sin ver la hormiga
sino el hormiguero
y que cuando sus pies no se movÃan,
porque el pobre cansado habÃa muerto,
no vieron nunca que no lo veÃan:
habÃa ya otros pies en donde estuvo.
Los otros pies eran él mismo,
también las otras manos,
el hombre sucedÃa:
cuando ya parecÃa transcurrido
era el mismo de nuevo,
allà estaba otra vez cavando tierra,
cortando tela, pero sin camisa,
allà estaba y no estaba, como entonces,
se habÃa ido y estaba de nuevo,
y como nunca tuvo cementerio,
ni tumba, ni su nombre fue grabado
sobre la piedra que cortó sudando,*
nunca sabÃa nadie que llegaba
y nadie supo cuando se morÃa,
asà es que sólo cuando el pobre pudo
resucitó otra vez sin ser notado.
Era el hombre sin duda, sin herencia,
sin vaca, sin bandera,
y no se distinguÃa entre los otros,
los otros que eran él,
desde arriba era gris como el subsuelo,
como el cuero era pardo,
era amarillo cosechando trigo,
era negro debajo de la mina,
era color de piedra en el castillo,
en el barco pesquero era color de atún
y color de caballo en la pradera:
cómo podÃa nadie distinguirlo
si era el inseparable, el elemento,
tierra, carbón o mar vestido de hombre?
Donde vivió crecÃa
cuanto el hombre tocaba:
la piedra hostil
quebrada
por sus manos,
se convertÃa en orden**
y una a una formaron
la recta claridad del edificio,
hizo el pan con sus manos,
movilizó los trenes,
se poblaron de pueblos las distancias,
otros hombres crecieron,
llegaron las abejas,
y porque el hombre crea y multiplica
la primavera caminó al mercado
entre panaderÃas y palomas.
El padre de los panes fue olvidado,
él que cortó y anduvo, machacando
y abriendo surcos, acarreando arena,
cuando todo existió ya no existÃa,
él daba su existencia, eso era todo.
Salió a otra parte a trabajar, y luego
se fue a morir rodando
como piedra del rÃo:
aguas abajo lo llevó la muerte.
Yo, que lo conocÃ, lo vi bajando
hasta no ser sino lo que dejaba:
calles que apenas pudo conocer,
casas que nunca y nunca habitarÃa.
Y vuelvo a verlo, y cada dÃa espero.
Lo veo en su ataúd y resurrecto .
Lo distingo entre todos
los que son sus iguales
y me parece que no puede ser,
que asà no vamos a ninguna parte,
que suceder asà no tiene gloria.
* Alfredo Zitarrosa dice "sobre la piedra que él cortó sudando".
** Alfredo Zitarrosa dice "Donde vivió crecÃa. Cuando el hombre tocaba
/ la piedra hostil / quebrada / por sus manos, / se convertÃa en
orden".
Comentario
(Eduardo Galeano)
(por E. Galeano)
Aplicaron un plan de exterminio: arrasar la hierba, arrancar de raÃz
hasta la última plantita todavÃa viva, regar la tierra con sal.
Después, matar la memoria de la hierba. Estaba prohibido recordar. Se
formaban cuadrillas de presos. Por las noches los obligaban a tapar
con pintura blanca las frases de protesta que en otros tiempos cubrÃan
los muros de la ciudad. Pero la lluvia, de tanto golpear los muros,
iba disolviendo la pintura blanca y reaparecÃan, poquito a poco, las
porfiadas palabras.
Apoya tu mano
(Ãngel Oliva)
(por Ã. Oliva)
Apoya tu mano derecha en mi cabeza y con tu brazo izquierdo aprieta mi
cintura. Pon tus labios en el umbral de mi boca, y acompáñame.
Es noche y allà están, sembrando, durmiendo debajo de los tornos,
apretados junto al horno frÃo, compartiendo el tabaco y la foto del
hijo.
Pan y rosas para los hombres del mundo, para los que siembran el trigo
y levantan la flor. No te vayas, conversa con ellos, y sabrás qué
fuerza tienen las palabras con sudor, y verás músculo a músculo,
sostener gajo a gajo los gajos de la tierra.
Aquà están los obreros, ocupando y cantando, y volviendo a ocupar.
Ocupando y cantando, cantando la luz en que se teje sangre recién
caÃda; sangre recién caÃda y caliente porvenir. Pan y rosas para los
hombres del mundo, para los amantes de la paz, para los iniciadores de
la máquina y la producción maquinista, para los vestidores de los
sitios por donde el hombre pasa, para los que siembran el trigo y
levantan la flor.
Hoy cuando desperté, miré las paredes despintadas de mi cuarto y solté
una carcajada, un beso y un pan. 15 de marzo de 1985. La luz resbala
por nuestros hombros, y los ojos se abren sin fierros ni fusiles;
somos nosotros, los del dolido traje gris y los versos clandestinos,
los que sabemos seguro que entre espuelas, martillos y esperanza,
dulce y amarga, Patria, nos espera.
Comentario
(Eduardo Galeano)
(por E. Galeano)
Amigos de hace treinta años, de cuando yo estrené los pantalones
largos en las manifestaciones callejeras, me estaban esperando en
Montevideo. HacÃa once años que no los veÃa, casi doce, y desde
entonces habÃa llovido mucha ceniza sobre el Uruguay. La tortura se
habÃa convertido en costumbre, la solidaridad en delito y la delación
en virtud, la mentira y la desconfianza se habÃan hecho necesidades
cotidianas, y el miedo y el silencio, modos de vida. Pero no bien los
vi, supe que esos viejos amigos habÃan sabido guardar el fuego bajo la
helada, seguÃan siendo capaces de indignación y de asombro y de
chiquilÃn entusiasmo, y ahora tenÃan todas las edades a la vez.
Y estamos…
(Juan Capagorry)
(por J. Capagorry)
Y estamos… como saliendo de un pozo, desde una noche atroz,
interminable, donde corrÃan desbocados caballos, pisoteaban sueños,
recuerdos y guitarras. Nos resultaba procaz, prohibido, amarlo desde
adentro, porque adentro tenÃamos la llaga punzante del dolor, dolor
por los tantos y tantos compañeros, y en las manos se nos secaban las
caricias, lentas, y con llanto para las cabecitas de los niños. Y
pensábamos en otras manos, otras manos que pegaban, torturaban. Y
afuera la noche, atroz, interminable, y en ella, ellos buscando y
buscando compañeros. Y bajo otros cielos, ojos de este cielo nuestro
revisando otros cielos, preguntando a otros cielos, y nosotros
deshaciendo todos nuestros recuerdos; y nosotros esperando cartas, que
no llegaban. Y afuera seguÃa la noche… atroz, interminable.
Comentario
(Eduardo Galeano)
(por E. Galeano)
Requiere más coraje la alegrÃa que la pena. A la pena, al fin y al
cabo, estamos acostumbrados.
Exhortación a los jóvenes
(Milton Schinca)
(por M. Schinca)
Me dijeron que enrollaste la bandera del Frente, no como quien la
guarda hasta el próximo acto, sino casi como quien está arriando una
bandera. Estás decepcionado porque el Frente no sacó todos los votos
que tú hubieras querido. Un dÃa sentiste el orgullo de estar con el
Frente, de ese Frente que ponÃa cada dÃa los presos, los desterrados y
los muertos, y en la calle y con el Frente viviste los grandes
momentos con que paso a paso se le fue ganando la pulseada al régimen,
hasta llegar por fin a su derrota final. Ahora pensá… en tu
adolescencia, en lo que caminaste por dentro de ti mismo, en lo que
caminó el paÃs junto contigo. ¡Cuidado!, porque estás en un filo
difÃcil, en que la palabra decepción, con sólo cambiarle un sonido, se
te puede convertir en deserción. Que no te ocurra eso. Enrollá esa
bandera pero despacito, pensando en todo lo que contiene, para vos
mismo, para la gente que más te importa, para tu paÃs. Ahora sÃ,
guardala. Pero guardala como para sacarla en todos los momentos de los
años que vienen, que el gesto de guardarla no se parezca, ni por
asomo, al gesto de quien estuviera arriando semejante bandera.
Comentario
(Eduardo Galeano)
(por E. Galeano)
Los muchachos se asoman a un paÃs arrasado, donde encontrar trabajo
resulta una hazaña, y sobrevivir un milagro; pero no asisten de brazos
cruzados a la desgracia nacional. El sistema quiso castrar a los
jóvenes uruguayos, y ellos son los más fecundos; quiso callarlos, y
son los más decidores; fracasaron quienes prohibieron el agua porque
no pudieron, porque nadie puede, prohibir la sed.
Hoy te puedo decir…
(Alfredo Zitarrosa)
(por Nancy Marino)
Hoy te puedo decir que no confÃes
en el amor hambriento ni en la suerte.
Si estar vivo es viajar hacia la muerte,
la vida es una viuda que sonrÃe.
Cuando te toque hablar hazlo de modo
que el que escucha comprenda lo que sientes.
Cuando debas obrar que sepan todos
que el fruto de tus obras es simiente.
No te aconsejo el odio, pero escucha,
tú que en viaje de ida me recibes,
odia profundamente a aquel que vive
luchando a muerte por odiar la dicha.
El júbilo de ser un dÃa cualquiera
parte del todo, en uno resumido,
es el júbilo pájaro del nido
saltando al árbol de la primavera.
Pero esas alas tuyas ya nacidas,
querrán volar más lejos de este suelo:
nunca olvides -volando- que la vida,
te dio esas alas para alzar el vuelo.
El pueblo (Continuación)
(Pablo Neruda)
Yo creo que en el trono debe estar
este hombre, bien calzado y coronado.
Creo que los que hicieron tantas cosas
deben ser dueños de todas las cosas.
Y los que hacen el pan deben comer!
Y deben tener luz los de la mina!
Basta ya de encadenados grises!
Basta de pálidos desaparecidos!
Ni un hombre más que pase sin que reine.
Ni una sola mujer sin su diadema.
Para todas las manos guantes de oro.
Frutas del sol a todos los oscuros!*
Yo conocà aquel hombre y cuando pude,
cuando ya tuve ojos en la cara,
cuando ya tuve la voz en la boca
lo busqué entre las tumbas y le dije
apretándole un brazo que aún no era polvo:
"Todos se irán, tú quedarás viviente.
Tú encendiste la vida.
Tú hiciste lo que es tuyo."
Por eso nadie se moleste cuando
parece que estoy solo y no estoy solo,**
no estoy con nadie y hablo para todos:
Alguien me está escuchando y no lo saben,
pero aquellos que canto y que lo saben
siguen naciendo y llenarán el mundo.
* Alfredo Zitarrosa dice "Frutas de sol a todos los oscuros!".
** Alfredo Zitarrosa dice "parece que estoy solo y no estoy".
Milton Schinca - Alfredo Zitarrosa)
El pueblo
(Pablo Neruda)
De aquel hombre me acuerdo y no han pasado
sino dos siglos desde que lo vi,
no anduvo ni a caballo ni en carroza:
a puro pie
deshizo
las distancias
y no llevaba espada ni armadura,
sino redes al hombro,
hacha o martillo o pala,
nunca apaleó a ninguno de su especie:
su hazaña fue contra el agua o la tierra,
contra el trigo para que hubiera pan,
contra el árbol gigante para que diera leña,
contra los muros para abrir las puertas,
contra la arena construyendo muros
y contra el mar para hacerlo parir.
Lo conocà y aún no se me borra.
Cayeron en pedazos las carrozas,
la guerra destruyó puertas y muros,
la ciudad fue un puñado de cenizas,
se hicieron polvo todos los vestidos,
y él para mà subsiste,
sobrevive en la arena,
cuando antes parecÃa
todo imborrable menos él.
En el ir y venir de las familias
a veces fue mi padre o mi pariente
o apenas si era él o si no era
tal vez aquel que no volvió a su casa
porque el agua o la tierra lo tragaron
o lo mató una máquina o un árbol
o fue aquel enlutado carpintero
que iba detrás del ataúd, sin lágrimas,
alguien en fin que no tenÃa nombre,
que se llamaba metal o madera,
y a quien miraron otros desde arriba
sin ver la hormiga
sino el hormiguero
y que cuando sus pies no se movÃan,
porque el pobre cansado habÃa muerto,
no vieron nunca que no lo veÃan:
habÃa ya otros pies en donde estuvo.
Los otros pies eran él mismo,
también las otras manos,
el hombre sucedÃa:
cuando ya parecÃa transcurrido
era el mismo de nuevo,
allà estaba otra vez cavando tierra,
cortando tela, pero sin camisa,
allà estaba y no estaba, como entonces,
se habÃa ido y estaba de nuevo,
y como nunca tuvo cementerio,
ni tumba, ni su nombre fue grabado
sobre la piedra que cortó sudando,*
nunca sabÃa nadie que llegaba
y nadie supo cuando se morÃa,
asà es que sólo cuando el pobre pudo
resucitó otra vez sin ser notado.
Era el hombre sin duda, sin herencia,
sin vaca, sin bandera,
y no se distinguÃa entre los otros,
los otros que eran él,
desde arriba era gris como el subsuelo,
como el cuero era pardo,
era amarillo cosechando trigo,
era negro debajo de la mina,
era color de piedra en el castillo,
en el barco pesquero era color de atún
y color de caballo en la pradera:
cómo podÃa nadie distinguirlo
si era el inseparable, el elemento,
tierra, carbón o mar vestido de hombre?
Donde vivió crecÃa
cuanto el hombre tocaba:
la piedra hostil
quebrada
por sus manos,
se convertÃa en orden**
y una a una formaron
la recta claridad del edificio,
hizo el pan con sus manos,
movilizó los trenes,
se poblaron de pueblos las distancias,
otros hombres crecieron,
llegaron las abejas,
y porque el hombre crea y multiplica
la primavera caminó al mercado
entre panaderÃas y palomas.
El padre de los panes fue olvidado,
él que cortó y anduvo, machacando
y abriendo surcos, acarreando arena,
cuando todo existió ya no existÃa,
él daba su existencia, eso era todo.
Salió a otra parte a trabajar, y luego
se fue a morir rodando
como piedra del rÃo:
aguas abajo lo llevó la muerte.
Yo, que lo conocÃ, lo vi bajando
hasta no ser sino lo que dejaba:
calles que apenas pudo conocer,
casas que nunca y nunca habitarÃa.
Y vuelvo a verlo, y cada dÃa espero.
Lo veo en su ataúd y resurrecto .
Lo distingo entre todos
los que son sus iguales
y me parece que no puede ser,
que asà no vamos a ninguna parte,
que suceder asà no tiene gloria.
* Alfredo Zitarrosa dice "sobre la piedra que él cortó sudando".
** Alfredo Zitarrosa dice "Donde vivió crecÃa. Cuando el hombre tocaba
/ la piedra hostil / quebrada / por sus manos, / se convertÃa en
orden".
Comentario
(Eduardo Galeano)
(por E. Galeano)
Aplicaron un plan de exterminio: arrasar la hierba, arrancar de raÃz
hasta la última plantita todavÃa viva, regar la tierra con sal.
Después, matar la memoria de la hierba. Estaba prohibido recordar. Se
formaban cuadrillas de presos. Por las noches los obligaban a tapar
con pintura blanca las frases de protesta que en otros tiempos cubrÃan
los muros de la ciudad. Pero la lluvia, de tanto golpear los muros,
iba disolviendo la pintura blanca y reaparecÃan, poquito a poco, las
porfiadas palabras.
Apoya tu mano
(Ãngel Oliva)
(por Ã. Oliva)
Apoya tu mano derecha en mi cabeza y con tu brazo izquierdo aprieta mi
cintura. Pon tus labios en el umbral de mi boca, y acompáñame.
Es noche y allà están, sembrando, durmiendo debajo de los tornos,
apretados junto al horno frÃo, compartiendo el tabaco y la foto del
hijo.
Pan y rosas para los hombres del mundo, para los que siembran el trigo
y levantan la flor. No te vayas, conversa con ellos, y sabrás qué
fuerza tienen las palabras con sudor, y verás músculo a músculo,
sostener gajo a gajo los gajos de la tierra.
Aquà están los obreros, ocupando y cantando, y volviendo a ocupar.
Ocupando y cantando, cantando la luz en que se teje sangre recién
caÃda; sangre recién caÃda y caliente porvenir. Pan y rosas para los
hombres del mundo, para los amantes de la paz, para los iniciadores de
la máquina y la producción maquinista, para los vestidores de los
sitios por donde el hombre pasa, para los que siembran el trigo y
levantan la flor.
Hoy cuando desperté, miré las paredes despintadas de mi cuarto y solté
una carcajada, un beso y un pan. 15 de marzo de 1985. La luz resbala
por nuestros hombros, y los ojos se abren sin fierros ni fusiles;
somos nosotros, los del dolido traje gris y los versos clandestinos,
los que sabemos seguro que entre espuelas, martillos y esperanza,
dulce y amarga, Patria, nos espera.
Comentario
(Eduardo Galeano)
(por E. Galeano)
Amigos de hace treinta años, de cuando yo estrené los pantalones
largos en las manifestaciones callejeras, me estaban esperando en
Montevideo. HacÃa once años que no los veÃa, casi doce, y desde
entonces habÃa llovido mucha ceniza sobre el Uruguay. La tortura se
habÃa convertido en costumbre, la solidaridad en delito y la delación
en virtud, la mentira y la desconfianza se habÃan hecho necesidades
cotidianas, y el miedo y el silencio, modos de vida. Pero no bien los
vi, supe que esos viejos amigos habÃan sabido guardar el fuego bajo la
helada, seguÃan siendo capaces de indignación y de asombro y de
chiquilÃn entusiasmo, y ahora tenÃan todas las edades a la vez.
Y estamos…
(Juan Capagorry)
(por J. Capagorry)
Y estamos… como saliendo de un pozo, desde una noche atroz,
interminable, donde corrÃan desbocados caballos, pisoteaban sueños,
recuerdos y guitarras. Nos resultaba procaz, prohibido, amarlo desde
adentro, porque adentro tenÃamos la llaga punzante del dolor, dolor
por los tantos y tantos compañeros, y en las manos se nos secaban las
caricias, lentas, y con llanto para las cabecitas de los niños. Y
pensábamos en otras manos, otras manos que pegaban, torturaban. Y
afuera la noche, atroz, interminable, y en ella, ellos buscando y
buscando compañeros. Y bajo otros cielos, ojos de este cielo nuestro
revisando otros cielos, preguntando a otros cielos, y nosotros
deshaciendo todos nuestros recuerdos; y nosotros esperando cartas, que
no llegaban. Y afuera seguÃa la noche… atroz, interminable.
Comentario
(Eduardo Galeano)
(por E. Galeano)
Requiere más coraje la alegrÃa que la pena. A la pena, al fin y al
cabo, estamos acostumbrados.
Exhortación a los jóvenes
(Milton Schinca)
(por M. Schinca)
Me dijeron que enrollaste la bandera del Frente, no como quien la
guarda hasta el próximo acto, sino casi como quien está arriando una
bandera. Estás decepcionado porque el Frente no sacó todos los votos
que tú hubieras querido. Un dÃa sentiste el orgullo de estar con el
Frente, de ese Frente que ponÃa cada dÃa los presos, los desterrados y
los muertos, y en la calle y con el Frente viviste los grandes
momentos con que paso a paso se le fue ganando la pulseada al régimen,
hasta llegar por fin a su derrota final. Ahora pensá… en tu
adolescencia, en lo que caminaste por dentro de ti mismo, en lo que
caminó el paÃs junto contigo. ¡Cuidado!, porque estás en un filo
difÃcil, en que la palabra decepción, con sólo cambiarle un sonido, se
te puede convertir en deserción. Que no te ocurra eso. Enrollá esa
bandera pero despacito, pensando en todo lo que contiene, para vos
mismo, para la gente que más te importa, para tu paÃs. Ahora sÃ,
guardala. Pero guardala como para sacarla en todos los momentos de los
años que vienen, que el gesto de guardarla no se parezca, ni por
asomo, al gesto de quien estuviera arriando semejante bandera.
Comentario
(Eduardo Galeano)
(por E. Galeano)
Los muchachos se asoman a un paÃs arrasado, donde encontrar trabajo
resulta una hazaña, y sobrevivir un milagro; pero no asisten de brazos
cruzados a la desgracia nacional. El sistema quiso castrar a los
jóvenes uruguayos, y ellos son los más fecundos; quiso callarlos, y
son los más decidores; fracasaron quienes prohibieron el agua porque
no pudieron, porque nadie puede, prohibir la sed.
Hoy te puedo decir…
(Alfredo Zitarrosa)
(por Nancy Marino)
Hoy te puedo decir que no confÃes
en el amor hambriento ni en la suerte.
Si estar vivo es viajar hacia la muerte,
la vida es una viuda que sonrÃe.
Cuando te toque hablar hazlo de modo
que el que escucha comprenda lo que sientes.
Cuando debas obrar que sepan todos
que el fruto de tus obras es simiente.
No te aconsejo el odio, pero escucha,
tú que en viaje de ida me recibes,
odia profundamente a aquel que vive
luchando a muerte por odiar la dicha.
El júbilo de ser un dÃa cualquiera
parte del todo, en uno resumido,
es el júbilo pájaro del nido
saltando al árbol de la primavera.
Pero esas alas tuyas ya nacidas,
querrán volar más lejos de este suelo:
nunca olvides -volando- que la vida,
te dio esas alas para alzar el vuelo.
El pueblo (Continuación)
(Pablo Neruda)
Yo creo que en el trono debe estar
este hombre, bien calzado y coronado.
Creo que los que hicieron tantas cosas
deben ser dueños de todas las cosas.
Y los que hacen el pan deben comer!
Y deben tener luz los de la mina!
Basta ya de encadenados grises!
Basta de pálidos desaparecidos!
Ni un hombre más que pase sin que reine.
Ni una sola mujer sin su diadema.
Para todas las manos guantes de oro.
Frutas del sol a todos los oscuros!*
Yo conocà aquel hombre y cuando pude,
cuando ya tuve ojos en la cara,
cuando ya tuve la voz en la boca
lo busqué entre las tumbas y le dije
apretándole un brazo que aún no era polvo:
"Todos se irán, tú quedarás viviente.
Tú encendiste la vida.
Tú hiciste lo que es tuyo."
Por eso nadie se moleste cuando
parece que estoy solo y no estoy solo,**
no estoy con nadie y hablo para todos:
Alguien me está escuchando y no lo saben,
pero aquellos que canto y que lo saben
siguen naciendo y llenarán el mundo.
* Alfredo Zitarrosa dice "Frutas de sol a todos los oscuros!".
** Alfredo Zitarrosa dice "parece que estoy solo y no estoy".